Maestro de neuropatólogos, y amigo de todos

Cuenta Jordi Cervós en sus memorias que, cuando tenía solo un año, su madre lo llevó a hombros a la Rambla de Catalunya para celebrar la proclamación de la República, el 14 de abril de 1931. Al comienzo de la Guerra Civil, y para eludir el bombardeo, sus padres lo enviaron a Roní, en Lérida, sin saber que el frente de guerra se movería justo a ese pueblo. Y el pequeño Cervós pasó mucha hambre.

En 1943 inició los estudios de Medicina en la Universidad de Barcelona. Poco después descubrió su vocación al Opus Dei: un amigo le hizo ver que podía encontrar a Dios y darse a los demás sin abandonar el estudio, en medio del trabajo investigador que tanto le ilusionaba. Convencido de que era su camino, dijo que sí a Dios, dispuesto a lo que Él le pidiera. Al poco tiempo, hablando con San Josemaría, éste le preguntó si querría ir a comenzar la labor apostólica en Alemania. No lo dudó, y se trasladó a Bonn donde fue contratado como profesor en la Universidad. 

Posteriormente, obtuvo el Doctorado en Medicina con premio extraordinario, y en 1961 fue contratado como profesor titular de Neuropatología. En 1968 ganó esa misma cátedra en la Universidad Libre de Berlín, y durante tres decenios unió su pasión por la medicina con una dedicación generosa a sus discípulos y alumnos. Su departamento fue punto de referencia para los investigadores españoles que deseaban formarse en neurofisiología, y Cervós compatibilizó su labor académica con la ayuda desinteresada a esos jóvenes profesores. Fue así maestro de varias generaciones de neuropatólogos.

Esa generosidad fue ampliamente reconocida. Fue elegido decano de la Facultad de Medicina y Vicepresidente de la Universidad Libre de Berlín; galardonado con la Gran Cruz del Mérito Civil de la República Federal Alemana, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio y la Creu de Sant Jordi; y doctor honoris causa de siete universidades: Barcelona, Zaragoza, Complutense, Tesalónica, Hannover, Tokushima y Saransk (Rusia).

En 1997, cuando contaba con 67 años y aspiraba a la jubilación, recibió una propuesta académica a la que no pudo negarse. Los promotores de la Universitat Internacional de Catalunya le llamaron para ofrecerle ser el primer rector de la universidad. Necesitaban alguien con autoridad científica y experiencia de gobierno. Y Cervós volvió a decir que sí. Añoraba a su tierra, se sentía en deuda con ella. Y vino a Barcelona con la ilusión de un joven profesor que no se cansa de asumir nuevos retos.

En el tiempo que estuvo al frente de UIC Barcelona, organizó e impulsó la investigación científica, imprimió a la institución una fuerte internacionalidad y sentó las bases para la creación de su Facultad más querida: la de Medicina.

En los últimos años, empezó a experimentar los síntomas de una neuropatología que conocía bien: el párkinson. Con una gran sonrisa, explicaba a los amigos que iban a visitarlo el proceso degenerativo que sufriría en los meses que le quedaban de vida. Se aproximaba a la muerte con serenidad, con la alegría de quien sabe que le aguarda su Padre con los brazos abiertos. Aquel que le había pedido todo en su juventud, iba a recibirle en el Cielo para premiar su generosidad con todos.

Jordi Cervós, gran amante del Pirineo catalán, hoy nos mira desde la montaña más alta y definitiva. Sus discípulos y amigos sienten el vacío que deja. Lo sentimos, sobre todo, los que trabajamos en la Universitat Internacional de Catalunya, que hoy llora su marcha.

¡Muchas gracias, Jordi! Te echaremos mucho de menos.

 

Dr. Alfonso Méndiz

Rector de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC Barcelona)