Como los autores explican en el libro, ante una sociedad internacional cada vez más heterogénea, la actuación normativa de las Naciones Unidas, que por su composición expresan claramente la idea de la universalidad, ha configurado un patrimonio común en el que los derechos humanos se caracterizan por las notas de universalidad, indivisibilidad e interdependencia. Teniendo esto en cuenta, la comunidad internacional debe tratar los derechos humanos de manera global, justa, equitativa e igualitaria, y darles a todos el mismo peso.

Así, Arasanz y Alférez analizan en el libro el papel clave de la educación para alcanzar este objetivo. Según los dos profesores, “aquí es donde la escuela puede alcanzar un objetivo que se ha perseguido desde el principio: educar a los futuros ciudadanos en derechos humanos”.