30/04/2021

Gabriel Fernández: “La tecnología nos predispone a los excesos y funciona a unos ritmos que sobrepasan nuestras capacidades como humanos”

Entrevista al profesor de la Facultad de Humanidades y director del Observatorio de la Inteligencia Artificial y las Nuevas Tecnologías de UIC Barcelona

El pasado 21 de abril, la Comisión Europea presentó una serie de medidas para poner la inteligencia artificial al servicio de los ciudadanos de una manera responsable. Se trata del primer marco legal sobre esta tecnología que se compromete éticamente con la población. ¿Por qué?

En tecnología, estamos habituados a ver políticas de hechos consumados: primero se despliega una tecnología y después se regula a partir de las implicaciones que conlleva. Con la inteligencia artificial, sin embargo, se han tomado muchas más precauciones por dos motivos: porque vivimos en una sociedad interconectada que permite disponer de mucha más información que años atrás y porque los mismos científicos que desarrollan la tecnología han advertido del impacto que puede tener en la sociedad.

Entiendo que es una buena noticia.

A diferencia de lo que ha pasado en otras zonas, en Europa se han puesto sobre la mesa las ambivalencias que puede generar la inteligencia artificial. La Comisión Europea ya fue pionera en el ámbito de la privacidad y también está haciendo los deberes con la regulación de esta tecnología.

Con todo, parece que la ética ha vuelto a primera línea informativa.

Los retos éticos que están surgiendo con la inteligencia artificial son considerables. Por ejemplo, en el ámbito de la ingeniería, hay muchos estudios que se centran en la ética de las máquinas, que analizan cómo programar los aparatos con criterios éticos, lo cual no es nada sencillo. Esto era impensable hace unas décadas y el debate ahora ha vuelto porque es imprescindible: la ética está de moda y con razón. Esto abre muchas puertas a los especialistas en ética…

¿Nos tenemos que preocupar?

Es evidente que la revolución que traerán tecnologías como la inteligencia artificial, la robótica o la realidad virtual/aumentada será muy importante en numerosos sectores productivos, por eso hay que promover medidas que apuesten por un desarrollo sostenible integral, en términos ambientales y sociales, que permita encontrar el equilibrio entre la innovación empresarial y la protección de los derechos de los ciudadanos.

¿Es posible encontrar un equilibrio que guste a ambas partes?

Existen tres posturas diferenciadas sobre este dilema: los tecnooptimistas, los tecnopesimistas y los tecnomoderados. Los primeros consideran que las nuevas tecnologías crearán un mundo completamente nuevo, revolucionario y utópico; los segundos creen que esta revolución será el punto y final apocalíptico, y los terceros ven los beneficios, pero también los dilemas éticos que comportarán.

¿Es en esta tercera postura en la cual se sitúan los profesionales humanistas?

Sí, eso espero. Nuestro reto es hacer que los puntos positivos que ofrecerán estas nuevas tecnologías superen a los negativos. Y por eso hay que preparar a las nuevas generaciones, para que no solo sean receptores pasivos de esta revolución, sino que se conviertan en agentes activos. Si saben de qué tratan las nuevas tecnologías podrán influir en la sociedad.

¿La sociedad está tomando conciencia del impacto que supondrá esta revolución?

La creación cultural ha tenido un papel decisivo al explicarlo. Las películas y las series han hecho una gran tarea situando en el imaginario colectivo las consecuencias que pueden comportar estas tecnologías, exponiendo los beneficios y los peligros que generan. Las humanidades, pues, han creado una visión crítica que permite tener una visión más profunda del fenómeno.

Individualmente, ¿cómo podemos minimizar nuestra exposición?

Tenemos que fomentar unos hábitos saludables, por ejemplo a través de una dieta digital. Hay que tomar conciencia de cómo la tecnología nos presiona hacia el exceso. Una vez cada persona, de manera individual, detecte dónde está su exceso, podrá identificar los puntos en los que la tecnología se le hace problemática. Ya lo dice el aforismo que había en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: «Nada en exceso». La tecnología promueve el exceso y funciona a unos niveles y ritmos que sobrepasan nuestras capacidades como humanos.

Un exceso que han propiciado las empresas creadoras de estas tecnologías. ¿También se tendría que regular su tarea?

Por un lado, es conveniente desarrollar políticas gubernamentales que regulen las actuaciones de estas corporaciones. Por el otro, las empresas también tienen que integrar las buenas prácticas sobre el uso de la tecnología como parte de su Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Confío que a corto plazo muchas organizaciones propongan acciones para actuar de manera responsable con los dilemas éticos de las tecnologías emergentes. El monstruo de la tecnología persuasiva, que usa nuestros datos para manipular nuestros comportamientos, lo tendremos que embridar entre todos, individualmente y colectivamente, con conciencia ciudadana, regulaciones y cambios culturales.

¿Cuál tiene que ser el rol de los profesionales humanistas en este contexto?

 Los humanistas tenemos una oportunidad única para dejar nuestra impronta. La tecnología forma parte de la cultura y el humanista debe estar involucrado y participar en el debate. Nuestra visión y sensibilidad puede ser de gran ayuda en esta revolución, un complemento enriquecedor frente a una tecnocracia centrada en la eficiencia y los resultados, pero que olvida el horizonte de los valores. Es por eso que cada vez más queremos incorporar al profesional de las humanidades en la dimensión social de la tecnología. Tecnólogos y humanistas tenemos que sumar fuerzas.