Los vínculos creados con el entorno natural durante la infancia, desde el juego o las experiencias compartidas con familiares, son un factor determinante para la adhesión a actividades de voluntariado ambiental. Es una de las conclusiones principales del proyecto de investigación “VoluntaRius”, cuyos resultados fueron presentados el pasado viernes, 17 de diciembre, en el Centro Cívico La Fàbrica (Santa Eulàlia de Ronçana). El proyecto está liderado por los profesores de UIC Barcelona School of Architecture Marta Benages y Pere Vall y se enmarca dentro del grupo de investigación Community-based Urbanism. En la investigación han colaborado, además, Tomeu Vidal y Enric Pol, integrantes del Grupo de Investigación en Interacción y Cambio Social de la Universidad de Barcelona; los investigadores Juan Carlos Martín y Àurea Cartanyà, integrantes del Grupo de Investigación en Evaluación de Determinantes de Salud y Políticas Sanitarias de UIC Barcelona; y la ayudante de investigación Lina Gast. 

El proyecto de investigación, que está financiado con una línea de ayuda DEMOC de la Generalitat de Catalunya, nació con el objetivo de analizar el voluntariado ambiental en el ámbito fluvial de la cuenca del río Besòs desde un enfoque centrado en la experiencia personal de los voluntarios. La investigación permitió identificar a más de 900 voluntarios que colaboran con 43 grupos ambientales locales. Los resultados del estudio se han basado en el análisis estadístico de las respuestas obtenidas gracias a una encuesta en la que han participado un total de 125 voluntarios.

La investigación constata la relevancia de las vivencias personales a lo largo de la vida en la vinculación posterior con el entorno natural. “En términos generales, se podría decir que el voluntariado comienza en la infancia, momento en el cual, de manera casi inconsciente, se tejen los vínculos con el entorno natural desde el juego o las experiencias vividas con padres o abuelos”, destacan Marta Benages y Pere Vall.

“Durante la adolescencia, se produce un paréntesis en la intensidad de estas experiencias vitales significativas vinculadas al entorno natural por la propia disrupción que supone esta etapa en la vida de las personas”, explican los investigadores de la Universidad de Barcelona Tomeu Vidal y Enric Pol. En cambio, añaden, en la etapa adulta, se produce la toma de consciencia sobre el entorno y esa voluntad de acción se materializa a través del voluntariado ambiental de tres maneras diferentes: como obligación moral (en el 58 % de los casos), como afición de tiempo libre (en un 25 %) y como necesidad anímica (en el 17 %).  

La mayoría tiene estudios universitarios
En lo que se refiere al perfil del voluntario, a grandes rasgos, el estudio constata un equilibrio de género y diversidad de edades entre los participantes. Llama la atención, sin embargo, que la mayoría de los voluntarios (un 63 %) tiene estudios universitarios. Además, un 68 % colabora con más de un grupo de voluntariado, no necesariamente de tipo ambiental, lo cual demuestra su elevado grado de implicación social. 

Entre las motivaciones para la adhesión a un grupo de voluntariado destacan tres: el deseo de mejora o preservación del entorno natural, la voluntad de colaborar con otras personas y, por último, el interés por aprender.

El estudio también refleja que el voluntariado en la cuenca del río Besòs está muy consolidado, ya que la gran mayoría lleva más de un año implicado activamente en alguna actividad como voluntario. Los resultados señalan, además, que la mayor movilización voluntaria se encuentra en las áreas más próximas a los entornos urbanos, probablemente, debido al impacto negativo que la presión urbana ocasiona en el medio ambiente.

Por último, la falta de tiempo, el trato con la administración y la escasa concienciación de la población general en temas ambientales son percibidos como los principales obstáculos por buena parte de las personas voluntarias que, pese a todo, se declaran satisfechas con su labor y muestran una tendencia clara hacia una mayor dedicación.