19/07/2021

Xavier Escribano: “La mascarilla ha sido el rostro visible de la distopía”

Entrevista al doctor en Filosofía y profesor de la Facultad de Humanidades de UIC Barcelona

¿Qué ha supuesto la mascarilla para las personas, cómo nos ha transformado?

Para mucha gente ha sido la demostración de que, incluso aquello más inverosímil, como era ir por la calle con mascarilla, es posible. Ha supuesto un aviso bastante notorio. Ahora es más difícil decir con seguridad que en el futuro no viviremos incluso situaciones más extremas. La mascarilla ha estado, por así decirlo, el rostro visible de la distopía.

¿Nos ha hecho perder la identidad el hecho de llevar la mascarilla?

La identidad de la persona no se ve afectada, de manera profunda, por el hecho de llevar o no mascarilla, pero no hay duda de que un aspecto importante del ser humano, como es la expresión de su identidad a través del rostro y de la palabra, se ha visto modificada, quizás incluso dificultada. Hemos tenido que superar un obstáculo que antes no encontrábamos, al menos en nuestra cultura, en nuestra comunicación interpersonal. Los seres humanos, dotados de gran plasticidad en el comportamiento, podemos reformular las expresiones y los códigos de relación, pero cuesta un esfuerzo considerable hacerlo con éxito.

¿Cómo nos ha afectado en la relación con los demás?

En el juego de proximidad y distancia, característico de las relaciones humanas, ha potenciado todavía más una distancia interpersonal que ya existe. En el metro, por ejemplo, los rostros acostumbran a ser relativamente inexpresivos, porque no queremos atraer las miradas de los desconocidos. Esto implica llevar una mascarilla de inexpresividad invisible. La mascarilla física ha facilitado un poco más esta distancia que a veces queremos poner entre nosotros y aquellos que pertenecen a un círculo de relaciones ajeno al nuestro.

¿Por qué crees que mucha gente ha decidido seguir llevando mascarilla en el exterior a pesar de que ya no es obligatorio? ¿Hay alguna explicación que vaya más allá del miedo a contagiarse?

Me parece que se trata de la dinámica típica de la adquisición de un hábito, de una conducta habitual. Del mismo modo que lleva un tiempo habituarse a un nuevo estilo de conducta, también, al revés, se necesita un tiempo para deshabituarse. Por lo tanto, todavía necesitamos un poco de tiempo para acostumbrarnos a este signo de liberación.

¿Crees que hay gente que se siente cómoda sin mostrar el rostro? ¿Por qué?

La expresión corporal implica siempre cierta ambigüedad: por un lado, nos permite manifestarnos y aparecer ante los demás; por otro lado, nos expone a su mirada, nos hace vulnerables. Manifestación y exposición son dos caras de la misma moneda. Por este motivo, algunas personas pueden haberse sentido menos expuestas y más protegidas detrás de la mascarilla.

¿Cómo es eso?

La continua exposición a la mirada de los demás a veces implica cierto desgaste, cierto cansancio de tener que mantener la propia imagen en un mundo social donde sufrimos cierta hipertrofia de lo visual. Quizás la mascarilla, a pesar de dificultar la comunicación, nos ha permitido relajarnos un poco más, cuando no nos interesaba mantener una comunicación de cierta intensidad con otra persona.

¿Y en cuanto a la distancia social, cuando la situación se normalice del todo, crees que se acabará o a la gente ya le va bien mantenerla?

La situación que hemos vivido nos ha hecho tomar conciencia de la gran proximidad física a la cual estábamos acostumbrados en nuestras relaciones sociales. Ahora, somos conscientes de esta proximidad, que antes nos pasaba inadvertida, porque lamentablemente hemos aprendido a sentirla como una posible amenaza. No hay duda de que la distancia interpersonal en el trato y en la comunicación se ve modulada culturalmente: hay las “culturas del contacto” (como los latinos, por ejemplo) y las “culturas del no-contacto” (como los anglosajones). Como he comentado antes, nos llevará un tiempo volver a los viejos hábitos, pero no creo que haya una modificación relevante de nuestro comportamiento habitual si no persiste la amenaza y el miedo al contagio desaparece.

¿Nos ha cambiado en algo la pandemia?  ¿Aprenderemos algo como personas y como sociedad?

Se nos ha ofrecido una posibilidad para aprender, para tomar nota de nuestra vulnerabilidad, de nuestra interdependencia, de la necesidad de conectar y respetar más la naturaleza en todos sus aspectos, también nuestro cuerpo. Comprensiblemente, experimentamos un gran deseo de volver a vivir como antes, pero antes de entregarnos ciegamente al ritmo trepidante de nuestra vida tal y como ya la conocíamos, tendríamos que intentar meditar pausadamente sobre todo lo que hemos vivido. Nada es indiferente.

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